sábado, 12 de noviembre de 2011

Boxear en tres tiempos

Por Liliana Guerrero

Cada hombre libra sus batallas de manera distinta. La humanidad ha encontrado en el deporte un lugar para construir historias sobre hombres que inspiran, la mayoría de ellas engrandecen a aquellos que consiguen todas sus victorias luchando contra un sinfín de adversidades, son la nueva significación de héroes. Aunque también hay hombres que no ocupan los reflectores ni las primeras planas y que, sin embargo, hacen del deporte una causa para vivir, no sólo una profesión.

Disimula el temblor de sus manos con un movimiento quirúrgico para atarse las manoplas, alguien más lo asiste para colocarse la protección del torso, tiene una pelea de campeonato mundial los próximos días, por eso no deja de dar instrucciones, corrige uppercuts y guardias, educar a hombres ávidos de triunfo no es una labor sencilla.

Dicta órdenes, se mueve en el ring con una agilidad que sorprende a propios y extraños; no sonríe mientras funge como sparring, se concentra y pide los golpes, siente los cañonazos en sus manoplas y sube la guardia, un hombre como Freddie Roach no está acostumbrado a bajar la guardia, es de los que no se rinden.

Es difícil imaginarse la vida de un hombre con párkinson. Ya las descripciones de James Parkinson, farmacéutico y cirujano inglés, realizadas en 1817 referían síntomas como movimientos involunatarios de manos y cabeza, debilidad muscular, dificultad para mantenerse erguido, serios problemas para hablar y caminar, cada una de estas manifestaciones sería un gran impedimento para un hombre dedicado al deporte, en esa condicionante radica la grandeza de Freddie Roach, quien desde hace casi veinte años padece esta enfermedad.

Boxeó
Freddie Roach heredó el gusto por el boxeo, sus padres lo practicaron algún tiempo, la disciplina y exigencia que requiere un peleador se convirtieron en el sistema de valores en casa. Se puso los guantes desde pequeño, no tendría ni seis años cuando se enfrentó a uno de sus hermanos menores en una cruenta batalla en el jardín de su casa en Massachusetts, quizá ése primer encuentro fue lo que cambió su vida para siempre.

“Trabajé con mi papá en como jardinero, así que aprendí mucho acerca de los árboles. También fui camarero en el Golden Nugget, limpiaba las mesas en el restaurante nunca fui bueno con la gente así que me hicieron lava platos, pero me fue peor en ventas por teléfono con el boxeo mi vida resultó más dulce desde entonces. Con mi último trabajo gané $300. Esto fue suficiente para comprarme un boleto a Las Vegas y convertirme en profesional.”

La carrera boxística de Roach fue respaldada por un hombre emblemático en la historia de esta disciplina: Eddie Futch, quien entrenó a los últimos dos hombres que vencieron a Muhammad Ali.

Roach se hizo de un estilo propio, era muy ágil en el ring, no mantenía la guardia arriba y recibía una gran cantidad de golpes en la cabeza, mostró una resistencia titánica en intercambios de golpes donde el castigo se reflejaba esencialmente en el rostro; estratégicamente tenía sólo una máxima: “Recibir uno y tirar dos, no hacía otra cosa”.

Las peleas profesionales de Roach eran estremecedoras, un hombre menudo entregaba su alma en cada golpe; cada vez que un round iniciaba aquel hombre se arrojaba a un intercambio de golpes: “Yo era una sonda, era muy delgado, pero mi problema era que me gustaba pelear mucho. Yo podía boxear mejor de lo que se ve en mis peleas, no llegué nunca a mi mejor momento. Una vez que me golpeaban me enojaba y arremetía en contra de quien tuviera en frente. No digo que no fuera una buena estrategia, bueno eso pensaba cuando era más joven, pero cuando me hice mayor vi que había fallado.”

Después de 48 peleas y con Futch como entrenador algo cambió en Freddie, la derrota lo acechaba constantemente lo que hizo temer a su entrenador que los golpes lo hubieran dañado para siempre. Eddie Futch recomendó a Freddie retirarse del boxeo, buscar atención médica y seguir su carrera fuera del ring; sin embargo, Roach no entendió de razones.

Para la pelea 49 Freddie Roach tenía un nuevo entrenador, su padre. Cuando recuerda esas cinco últimas peleas admite que tomó una mala decisión: “Sí —un nudo en la garganta corta la respuesta, mira a su alrededor y continúa— esas cinco peleas fueron demasiado. Perdí cuatro de ellas. Sé que tuve el mejor entrenador que haya existido y él sabía que yo había tenido suficiente, pero yo tenía 26 años y todavía cabeza dura, así que no podía ver. Así es el boxeo, se mete en la sangre y no puedes renunciar a él”.

Roach terminó su carrera con 150 peleas amateur, 54 peleas profesionales; 40 ganadas, 15 de ellas por nocaut y 13 derrotas. Fuera del ring la vida de Freddie Roach no era la misma, tardó un año en volver a pensar en el boxeo, ahora en una nueva faceta: como entrenador.
Eddie Futch lo aceptó como asistente, ahí se enamoró de la adrenalina que produce estar en la esquina del ring, aprendió a decir las palabras correctas en el momento correcto y a ser antes un compañero que un jefe, pero Roach estaba por enfrentar una dolorosa prueba, más fuerte que su retiro prematuro.

Aprendió de los mejores. Las primeras lecciones de cómo ser un entrenador las recibió de su padre; los juegos y la diversión de los niños normales no fueron parte de su rutina, debía cumplir con la actividad física necesaria para ser un buen boxeador.

Con cuatro años de experiencia en el mundo del entrenamiento todo parecía ir a favor de Roach, había ampliado su visión del boxeo y se había codeado con los grandes. Su cuerpo pasó factura por los repetidos golpes a la cabeza, comenzó a debilitarse; después de análisis clínicos y repetidas visitas al médico, el diagnóstico fue devastador, eran las primeras señales del párkinson.

La transición fue dolorosa; sin embargo, Roach había encontrado otra forma de vivir del boxeo, lo que lo obligó a mantener las mismas rutinas y concentrarse sólo en eso: “Es otra forma de boxear sin que te golpeen, te involucras mucho. Cuando empecé con el párkinson supe que no debía detenerme, cada día es más complicado, pero en mi lista hay 22 campeones mundiales, he ganado 5 veces el título a mejor entrenador, lo peor ya pasó, supongo que hay algo bueno en mi trabajo.”

El párkinson es una enfermedad neurológica degenerativa que, con el tiempo, trastorna el movimiento del cuerpo, la función cognitiva y la expresión de emociones, destruye las neuronas y el daño es irreversible. Los boxeadores con más de 10 años como profesionales son los que mantienen una mayor propensión a este tipo de padecimientos, pues de acuerdo con estudios médicos realizados por el Consejo Mundial de Boxeo, la velocidad de golpeo y la resistencia disminuye considerablemente.

Boxea
A pesar de los golpes no le duelen las manos. Se desliza sobre el cuadrilátero usando sólo las puntas de los pies, los cánones del boxeo así lo dictan. Por cada jab que tira recibe tres, no le importa este es sólo un entrenamiento. Una serie de combinaciones más y exige un descanso. Desde una esquina del ring respira y observa a su adversario, si eso fuera su pelea lo habría vencido, pero el último asalto de su carrera terminó hace años.

Baja del ring extasiado. Nada le produce tanta alegría como el volver a ese pequeño lugar donde él construyó su historia. Requiere un poco de ayuda para retirarse las protecciones y avanza hacia una esquina con paso lento, ahora será un espectador, mientras contempla a Manny Pacquiao, con el orgullo de saberlo uno de sus mejores trabajos.

En la lista de los boxeadores entrenados por Roach figuran nombres como el de Israel Vázquez, Mike Tyson, Mickey Rourke, Oscar De La Hoya y Julio César Chávez Jr., pero el más importante es, sin duda, Manny Pacquiao.

En Wild Card, un modesto gimnasio que Freddie montó en Los Ángeles gracias al apoyo de Mickey Rourke, todos los días se encuentran historias de hombres y mujeres que buscan en el boxeo una forma de cambiar de vida, otros sólo buscan convertirse en alguien famoso.
Entrenar a tantas figuras no le quita la capacidad de asombro, cada peleador es distinto, algunos con más corazón que otros: “El talento en bruto está ahí, si logramos producir algo mejor está bien, si no, entonces tendríamos que pensar en qué hacer, tal vez yo le diría que se retire… sin talento no lo hará”.

Son quizá las palabras más duras que salen de la boca de Roach, pero las experiencias no han sido gratas con todos sus peleadores: “Peleadores van y vienen, hombre, siempre ha sido así —habla mientras encoje los hombros— he hecho llorar a algunos de ellos y otros me han hecho llorar. Pero la mayoría si no escucha lo que quieren se marcha a otra parte, si no quieren ser honestos con ellos mismos, ¿qué más puedo hacer?”

Continúa el relato con un rescoldo de tristeza en la mirada: “Ser entrenador es una calle de dos vías. Oscar [De la Hoya] una vez me dijo que si él me hubiera tenido en su esquina, desde el inicio de su carrera, se habría ido invicto. 'Nunca volvería a pelear sin ti en mi esquina’ me dijo. Me sentí muy bien para el próximo par de días, y entonces él me despidió.”

Muy poco puede hacerse con una enfermedad tan compleja, pero Roach ha sabido lidiar con ella por más de 20 años, “Hay movimientos que no controlo, es algo vergonzoso, y no puedo caminar muy bien. Pero una vez que me meto en el ring puedo quedarme ahí todo el día”, dice sonriendo mientras se mueve como si tirara un par de golpes; “Algunos médicos dicen que el daño está hecho, que puede mantenerse en este nivel. Otros me dicen que va a empeorar mucho. Ahora es parte de mi vida y tengo que vivir con ello. Algunas personas sólo quieren estabilizarse y morir, pero yo no. Soy un luchador”.

En ocasiones ofrece orientación ante cualquier signo de la enfermedad, se ha visto en tantos espejos que prefiere alertar y cuidar a sus peleadores. “El arte del boxeo es golpear y no ser golpeado… Pero es difícil cuando tienes a chicos a los que les gusta el intercambio, no me gustó la forma en que la esquina de Margarito permitió que siguiera luchando”. Hace unos meses uno de sus peleadores, el británico Amir Khan, sufrió un severo castigo en el décimo asalto de la pelea, Roach tuvo que enfrentar la situación tal como lo hizo con él Eddie Futch: “Estaba preocupado por él, íbamos por delante en las tarjetas, pero algo vino a mi mente: ‘Si no responde bien cuando llegue de vuelta a la esquina tendré que parar la pelea’. La salud de tu luchador tiene que ser tu prioridad. Pero él sabía exactamente dónde estaba, así que lo dejé continuar.”

Para los hombres involucrados en el boxeo este deporte es como cualquier otro, los riesgos son latentes y es cuestión de preparación el evitar un accidente mayor. “Los boxeadores salen a morir o matar, pero saben que deben prepararse de manera correcta para evitar un problema mayor” dice Carlos Aguilar, comentarista de boxeo para TV Azteca quien además considera que “lo mismo puede pasarle a un futbolista en un partido, todo es cuestión de conocer los límites del cuerpo”. Otros especialistas como Eduardo Lamazon, quien además de comentarista es un especialista en boxeo desde hace más de tres décadas, aseguran que “el boxeador corre riesgos como en cualquier otro deporte, el peleador debe conocer sus propios límites y no sobre pasarlos”.

Roach entrena a sus boxeadores 12 horas diarias, 6 días a la semana por lo que, según los médicos del Consejo Mundial de Boxeo, es posible que haya disminuido la velocidad del deterioro gracias a la coordinación mano ojo que requiere al boxear.

Roach aprende de su enfermedad y sus alcances, pero ignoró los riesgos y las primeras señales, “La mayor parte del tiempo estoy bastante estable, pero tengo pequeños sobresaltos. Tengo problemas con el temblor de las manos y el cuello y cojeo al caminar. No puedo enderezar mi talón izquierdo. Cosas así. Pero mucho depende de cómo descanso. Algunas noches no duermo mucho porque estoy pensando en la lucha. Pero hay días que puedo estar 15 rounds continuos con Manny en los cojines y me siento bien. Todavía puedo hacerlo, pero sería el fin. Si no pudiera trabajar con los guantes no podría sentir sus golpes en mis guantes, no podría acercarme a mi peleador y darle los mensajes que necesita.”

Boxeará
Freddie Roach vive con el párkinson con cierta costumbre; sin embargo, lo ve todavía con desconfianza. No es un diagnostico fácil para nadie, pero para un amante del boxeo la amenaza del final de la historia genera mucha ansiedad.

La vida de Roach y del Wild Card no fue la misma después de que una tarde de 2001 un filipino, a primera vista escuálido entró al gimnasio, Manny Pacquiao buscaba a un hombre con suficiente experiencia para que le diera un giro total a su forma de boxear, llegó al lugar indicado.

“He sentido una gran cantidad de golpes de buenos luchadores... Pero Manny mostró algo más. Algunos tipos son de mano dura, otros chicos son rápidos, pero Manny tiene las dos cosas por eso sus golpes son tan explosivos. Ese día sentí petardos en mis guantes. Tiene mucha explosividad”
Manny Pacquiao es congresista en Filipinas, por lo que su popularidad va en ascenso.

Televisoras, diarios y revistas invaden el gimnasio de Roach durante los entrenamientos de Manny: “Los chicos de los medios no son malos, son buenas personas. Es importante que la gente se interese en algo más que la propia lucha. Así se muestra que los peleadores son seres humanos como todo el mundo. Aparecer en los medios ha cambiado mi vida. Los fanáticos del boxeo me reconocen caminando por la calle y me dicen, ¡Oye, eres ese hombre!, es divertido, me gusta ser un poco famoso.”

El boxeo es una inagotable fuente de historias, ahí se han forjado los nombres de quienes han trascendido a la historia del deporte por la disciplina, constancia y ejemplo que mostraron en cada round. Nombres que resuenan en los silencios de las arenas y cuadriláteros a la espera de un nuevo héroe, un hombre como Freddie Roach, que no se rinda.

Para los hombres involucrados en el boxeo este deporte es como cualquier otro, los riesgos son latentes y es cuestión de preparación el evitar un accidente mayor. “Los boxeadores salen a morir o matar, pero saben que deben prepararse de manera correcta para evitar un problema mayor” dice Carlos Aguilar, comentarista de boxeo para TV Azteca quien además considera que “lo mismo puede pasarle a un futbolista en un partido, todo es cuestión de conocer los límites del cuerpo”. Otros especialistas como Eduardo Lamazon, quien además de comentarista es un especialista en boxeo desde hace más de tres décadas, aseguran que “el boxeador corre riesgos como en cualquier otro deporte, el peleador debe conocer sus propios límites y no sobre pasarlos”.

Freddie se niega a pensar en la posibilidad del fin de su carrera como entrenador, es un fantasma aterrador que lo acecha en los días difíciles. “Espero poder hacer esto hasta el día que me muera”, busca sus guantes y se alista para regresar al ring, “sólo espero que ese día nunca llegue, amo demasiado lo que hago”.

A pesar del diagnóstico y de las adversidades Roach nunca ha desatendido a sus peleadores; vive junto a su gimnasio, ha entrenado a 22 campeones del mundo y se considera un hombre afortunado: "Algunas personas me miran y sienten lástima por mí, y no puedo entenderlo: tengo un trabajo que me encanta. Trabajo en el lugar loco y caótico que construí para mí y he conseguido ahorrar un par de millones de dólares a través de los años. Me encanta mi vida."

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