domingo, 27 de noviembre de 2011

Ocho segundos

Por Rodrigo Yépez

Uno

Ciudad de México, noviembre.- Una gota de sudor resbala por la mejilla de Carlos, a lo lejos alcanza a escuchar un trombón, una tarola y la voz chillante de un cantante de música de banda. Carlos aprieta la mandíbula con toda la fuerza que tiene, entre los dientes lleva la imagen de un santo católico, San Judas Tadeo, que por nada del mundo va a soltar.

Carlos mantiene las piernas abiertas y apoyadas en dos tubos metálicos transversales mientras afina los últimos detalles, revisa que la cuerda esté bien ceñida al lomo del animal negrísimo que tiene bajo él. Anuda con destreza las cintas de los protectores que evitan que los cuernos, de la bestia que tiene debajo, atraviesen su cuerpo.

Carlos Sosa Ordoñez sigue concentrado en su labor y verifica que sus piernas tengan espacio entre la puerta metálica que cierra el cajón y el toro de 800 kilos que está emanando vapor de su boca. Decidido a caer en los lomos del animal y montar a la furia durante los ocho segundos que se establecieron como regla. Es un jinete.

En su mente repite la oración del jinete, letra por letra, palabra por palabra. Su vocación católica se reproduce cada siete días, cuando vuelve a estar en la posición en la que se encuentra, a punto de montar un toro.

“Señor, nosotros los jinetes no te pedimos favores especiales, solamente que nos des valor y destreza para realizar nuestras montas en cada uno de los jaripeos donde arriesgamos la vida. Señor, tu que fuiste jinete del Apocalipsis en esta vida, vida que quieres que vivamos, con el único fin de ganarnos el pan de cada día y divertir a tus hijos, queremos pedirte humildemente que llegando el último e inevitable gran jaripeo para nosotros y cuando las piernas con todo y espuelas se aflojen y cuando nuestros brazos no soporten el chicoteo del último reparo y tú señor nos llames allá contigo, donde todas las tardes serán de triunfo y gloria para nosotros, nos digas: ¡dale puertas, fuera capas! Vengan mis cabezales valientes, tu monta la he dado por buena”.

Espera que esta vez, si Dios existe, lo salve de cualquier accidente; ya sea una cornada, el pisotón de un toro de cerca de una tonelada o una muerte por traumatismo.

Mientras el animador habla por micrófono a las 400 personas reunidas en el rodeo, presenta al héroe de la tarde, considerado uno de los mejores jinetes del país, por su destreza y capacidad. Con ustedes El Aguilillo del Ajusco. Alienta a las personas que se encuentran rodeando un anillo de 40 metros de diámetro construido con piezas metálicas. El Aguilillo levanta la mano como señal y en menos de un segundo, se monta sobre el toro para que griten: ¡Puerta!

Dos

Carlos Sosa Ordoñez, El Aguilillo del Ajusco, tiene 22 años y es jinete. Empezó a montar toros desde los 13 años, cuando cursaba el primer grado de secundaria.

Vive en San Miguel Ajusco, un pueblo perteneciente a la delegación Tlalpan en sus linderos con el estado de Morelos. Una zona semirrural dentro de la Ciudad de México.

La familia de Carlos se ha dedicado a la ganadería desde varias generaciones atrás. Su rancho cuenta con menos de una decena de cabezas de ganado, un caballo, cuatro cerdos, tres borregos y dos gallos de pelea que no pelean. Su casa está ubicada a un lado de lo que queda de la vía que servía al tren que circulaba del estado de Morelos a la Ciudad de México y que fue inhabilitado durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari.

“En esto fui encaminado por mi papá y mi mamá, porque desde que era chiquito me llevaban al ganado. Mi papá a los 3 años me montaba a los becerros. Cuando era joven, a mi papá le gustaba montar toros. Antes no había paga y lo único que les obsequiaban era un listón. En sí todos los montadores –como también llaman a los jinetes- lo hacen por la diversión y adrenalina que siente allí”, dice Carlos.

El jaripeo es una práctica basada en la monta de toros, animales que suelen dar movimientos bruscos, saltos o también llamados reparos al sentir sobre sí mismo a un sujeto que no forma parte de su cuerpo.

La diferencia que el jaripeo tiene con el rodeo que se suele practicar en Estados Unidos es que los jinetes en México utilizan una espuela de gancho, que es un aditamento colocado en el tacón de los zapatos, forjado con hierro en forma de gancho y que tiene tres puntas que van trabadas a la piel del toro. Ése suele ser el único soporte de un jinete o montador para mantenerse sobre el animal, aunque provoque graves heridas en el toro.

Existen dos formas para realizar la práctica, con lazo o con grapa. Cuando es de lazo, el vientre del animal lleva un mecate de tres hilos rodeándolo, el jinete debe ir con las piernas al cincho y una mano afuera.

Si es de grapa, el animal lleva una especie de cinturón en su vientre que al quedar amarrado tiene dos agarraderas en el lomo del toro.

Cuando Carlos era niño soñaba con ser un jinete y junto a sus amigos entrenaban de una forma peculiar. Los niños fijaban cuatro cámaras de llanta, cuya fabricación utiliza al caucho por lo que son elásticas, a las esquinas de un tambo de plástico, el recipiente que se suele utilizar para almacenar agua.

Los cuatro extremos eran sujetados en posiciones altas de las casas, para que el supuesto toro quedara suspendido en el aire. De esta forma, los jóvenes amarraban un lazo de forma que simularan un cinturón en el abdomen del falso animal para poder sujetarse.

Cuando todo estaba preparado, el más intrépido de los niños se subía al lomo del toro de plástico, se sujetaba fuertemente al momento en que los demás aplicaban su fuerza para mover el recipiente, que con las cámaras de llanta se produciendo el efecto de ligas gigantes, generaban movimientos irregulares y demasiado inestables que simulaban la forma de moverse de un toro de jaripeo.

El Aguilillo montó un bovino por primera vez en la fiesta patronal de San Miguel Topilejo un 29 de septiembre del año 2000, cuando tenía 12 años. Ese día de septiembre fue el inicio de una carrera prolífica que lo llevó a conocer varios estados de la república: Michoacán, Oaxaca, Morelos, Guerrero, Chiapas y el Estado de México.

En nuestro país esta práctica ha quedado circunscrita, en mayor medida, a los estados del interior de la república y algunas zonas del área metropolitana en la Ciudad de México.

“Siempre hemos tenido ganado”, dijo el Aguilillo. “A los becerros siempre les monto y a los caballos aunque sean bravos. Mi familia siempre ha tenido vacas y becerros en el monte y desde chiquito me llevaban al cerro”.

La segunda vez que montó, entró a un torneo en Ahuatepec, en el estado de Morelos, fue a una plaza enorme que se llamaba “Antonio Girona“. El premio para el mejor jinete era de varios centenarios.

Un jinete conocido por la familia de Carlos y que era compadre de sus papás, El enano de Xicalco, se lo llevó junto con su hermano menor El Gallo, que tiene de la edad de El Aguilillo, a montar por diferentes regiones en el país.

“Se los llevaban a los dos, como eran chicos se los llevaban a montar”, cuenta Margarita Sosa, la hermana antropóloga de Carlos.

El término rodeo proviene del vocablo castellano ruedo. En los Estados Unidos, el rodeo es considerado un deporte, en México surge desde el tiempo de la Colonia cuando España trae la ganadería a América.

Durante los tiempos del Virreinato en Nueva España, los indígenas tenían la prohibición de tener caballos o de montarlos, excepto las personas que pertenecían a la tribu de los tlaxcaltecas pues eran caciques que, en cierto modo, se habían aliado con los colonizadores y tenían cierto reconocimiento.

Las primeras reses llegaron a Veracruz, el propietario de este ganado era del señor Gregorio de Villalobos, que más tarde se convertiría en el hacendado de las tierras altas y centrales de la Nueva España durante la colonia, explica un almanaque con la historia del pueblo de San Miguel Ajusco.

Con el paso del tiempo surgió la charrería de la necesidad por controlar al ganado. Tanto los terratenientes como sus empleados conformaron, primero en el Altiplano Mexicano y después en casi todo el país, un estilo hípico nuevo adaptado a las características del terreno.

Después de la Independencia, proliferaron los hombres que andaban a caballo y que se convirtieron en propietarios de pequeñas granjas y por su condición de mestizos con rasgos mulatos o indígenas eran conocidos como chinacos mientras que a los empleados de las haciendas se les llamaba simplemente vaqueros.

Los hacendados ricos gustaban de ornamentaciones similares a las de los aristócratas y de los oficiales de caballería en trajes con un corte totalmente distinto haciendo alarde de sus riquezas, mientras que los jinetes menos acaudalados los hacían adornar con bordados de la fibra del maguey ó con grecas y calados en gamuza.

Anteriormente, no existían los grandes auditorios de concreto con una circunferencia cubierta de tierra o arena en donde se pudieran realizar las suertes del jaripeo, sólo se hacia un corral de vigas de madera para mantener a los animales en un área más reducida.

Para su elaboración era necesario la participación de al menos 15 personas, una de ellas se tenía que poner en el centro del terreno, tomando entre las manos una reata o lazo, para después girar en su propio eje con la única finalidad de que el corral tomara la forma de un circulo y así crear la circunferencia en donde se pudiera llevar a cabo el jaripeo.

Los ruedos, que estaban delimitados por las vigas de madera, cambiaron a los realizados con construcciones de tubos de aluminio o fierro, los cuales se podían desarmar y transportar en camionetas para poder ubicarse en cualquier sitio. Eran ruedos portátiles.

Tres

“Desde niño yo casi no tenía amigos”, se confiesa un tímido Carlos. “Nadie me conocía. Cuando ya empecé a montar casi todo mundo me hablaba”, relata el jinete.

En una ocasión, cuando estaba a punto de terminar la preparatoria, Carlos tenía que presentar un proyecto a manera de tesis. El tema que eligió fue el del clembuterol, que es un fármaco comúnmente empleado en los seres humanos para el tratamiento en enfermedades respiratorias. Se usa en aquellas personas que padecen de desórdenes respiratorios, como el asma y dicho medicamento se emplea para facilitar la respiración de las personas.

En el ganado tiene otro tipo de funciones que van más allá de los tratamientos medicinales En 1965, un estudio realizado en los Estados Unidos demostró que los animales que eran alimentados con clembuterol, aumentaban la masa muscular y disminuían el tejido graso, junto con aminorar la ingesta oral.

“Cuando yo expuse mi problema en la escuela, dice Carlos, sobre el clembuterol en los animales y explicar cómo es que son engordados en tan poco tiempo, mi director y mi revisor me dijeron: ‘No, no, no eso mejor déjalo ya y mejor platícanos por qué empezaste a montar, por qué te gustó’ ”.

El Aguilillo se iba 15 o 20 días a otros estados y volvía con un ojo morado o con una muñeca rota. Hasta que un maestro de inglés le dijo “no me haz entregado tus prácticas de inglés, ya aplícate en tus materias, ya bájate del toro“.

“A veces me iba yo hasta 15 días a montar, y yo me repetía: Yo a los maestros no les tengo miedo, si no le tengo miedo a los toros porque le voy a tener miedo a los maestros”, dice orgulloso El Aguilillo.

Cuando iba en el último año de preparatoria Carlos conoció a Olga, una joven un año menor que él, con quién se casó y ahora tiene dos hijas en quienes debe pensar.

“Empezamos a andar cuando yo terminé con otra novia que tenía. Yo era muy noviero. Pero salimos con nuestro domingo siete y me casé”, revela Carlos cuando su esposa no está escuchando.

Terminé la preparatoria y me daban una beca en la Universidad de Chapingo, yo quería estudiar Veterinaria. Me gustan mucho los animales.

Cuatro

Los jaripeos han quedado supeditados a las fiestas patronales que se realizan en algunos pueblos de la capital o en algunas regiones de provincia. Los lugares en donde esta práctica se mantiene vigente, son los estados del centro y sureste de México. En algunas ocasiones, se realizan algunos festivales en el norte del país, en estados como Chihuahua o Monterrey, en donde las características de dicha práctica son más apegadas al rodeo que se realiza en los Estados Unidos.

Las festividades mexicanas reúnen a miles de personas que sin importar su ubicación en la escala social se dedican a venerar a sus santos, con juegos mecánicos, rifas, bailes típicos de la región, fuegos artificiales, y considerado por muchos el momento más importante, el jaripeo.

Las ganaderías son empresas dedicadas no sólo a la crianza de animales para la explotación de recursos, como la leche, la piel, el pelo y lo más importante, la carne.

También, se puede dar un aprovechamiento en un sentido distinto: en el entretenimiento.

La práctica del jaripeo es una forma de entretenimiento. Como ejemplo de entretenimiento en donde participan los animales, en la localidad de Arequipa, en Perú, se lleva a cabo una actividad conocida como pelea de toros, la cual, consiste en enfrentar a los animales quienes chocan sus cabezas hasta que resulta un perdedor, el animal que esté más lastimado. Esa forma de diversión para los campesinos, con el tiempo se convirtió en una costumbre y celebración en las festividades religiosas de los patronos y santos de devoción lugareña.

Los ganaderos, como cuenta el señor Zeferino Nava dueño de una de las ganaderías más reconocidas en la región, la ganadería Tres amigos, “echan ojo” de los animales más bravos y con cualidades para el jaripeo y los cuidan en mayor medida para ser animales que participen de la fiesta. Son toros muy bien alimentados, a los que se les dan vitaminas y se les da cierto entrenamiento para que sus músculos tengan una consistencia fuerte que les permita realizar los movimientos característicos de los toros para la monta.

El nombre de la ganadería Tres amigos, propiedad del señor Nava, tiene su origen por el convenio realizado entre tres ganaderos que se convirtieron en colegas: Arturo Castillo García, Salvador López y el propio Zeferino Nava.

Esta ganadería ha ido por Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Puebla, o el Estado de México. Sus toros más reconocidos son: El Enchilado que fue nombrado campeón en algunas plazas - lo que significa que es el toro con mayor bravura durante la corrida- al igual que el toro La Bamba.

“A los animales se les debe de cuidar bien, porque además de que han sido nuestro medio de subsistencia por varias generaciones, son animales y deben ser respetados”, dijo el señor Zeferino.

Los toros que serán montados se mantienen en una caballeriza especial, llevan una dieta rigurosa; duermen hasta en una cama de aserrín.

Otro de sus toros con mayor impacto entre los seguidores del jaripeo es Juan Colorado, un cebú pinto capaz de provocar el miedo en cualquier jinete destinado para su monta. "El toro se convierte para el indio y para el mestizo en un espejo cultural", decía don Rómulo Hernández en su investigación sobre el jaripeo en los pueblos de la Ciudad de México.

Cinco

Escena I

Personajes: Mary, Aguilillo del Ajusco, Jinete 1, Jinete 2, Jinete 3, Encargado de la tienda.

Escenario: Un lugar a la intemperie y con el piso cubierto de tierra. Es la hora cercana al atardecer.

El Aguilillo del Ajusco está tirado sobre un montón de tierra mirando al cielo. Alrededor de él, una veintena de hombres con sombrero miran lascivamente lo que hace el pequeño hombre en el suelo.

Aguilillo -(Despertando) ¿Qué me pasó? ¿Qué me pasó?

Mary- Yiyo, ¿Cómo estás? Yiyo, ¿cómo te sientes? Te estabas convulsionando, hay que llevarte con el doctor.

Aguilillo- (Aletargado) ¿Qué me pasó?

Entre cuatro personas trasladan al Aguilillo, todavía sin fuerza a una ambulancia, no hay paramédicos. La ambulancia está vacía. Es un mero adorno en la fiesta patronal de Santa Rita en Michoacán.

Mary- Hay que llevarlo a la clínica del pueblo. Apúrenle.

El Aguilillo se levanta como lanzado por un resorte.

Aguilillo- No tengo nada. Vámonos, tenemos que regresar a México.

La gente agolpada alrededor del cuerpo de aquel hombre, comienza a perder el interés en la figura, que para disgusto del morbo popular, no murió.

Jinete 1. Vamos a llevarlo a la clínica del pueblo.

Jinete 2. Sólo hay una clínica particular aquí a dos cuadras.

Jinete 1. No importa, vamos a ver que no se haya dado un mal golpe.

Los sujetos caminan en la oscuridad que comienza a mostrarse. El Aguilillo avanza por pura inercia, un dolor profundo lo tiene aturdido, va cojeando de la pierna derecha. Tiene frío.

Entran en un edificio de dos plantas, completamente pintado de blanco y con un anuncio formado por letras luminosas que parpadean en color azul: Hospital.

Escena II

Todos permanecen dentro de una camioneta tipo Van, cerrada. Los personajes están sentados en dos bancas transversales y mirándose de frente. En la parte de adelante va el copiloto manejando entre la noche.

Aguilillo.- Ya vámonos, me duele todo el cuerpo. Parece que me atropellaron. Toda la gente del pueblo está en a la fiesta, por eso ni los doctores trabajan

Jinete 1.- Vamos a pararnos para comer algo. Aunque sea para tomar un café, si no, el chofer no va a aguantar y se va a quedar dormido.

Jinete 2. Yo tengo hambre, vamos a pararnos. Ahí, en esa tienda de ahí. (Señala un lugar en medio del camino) Vamos por algo de comer. Vamos Aguilillo para que te dé el aire.

Se detiene la camioneta en una tienda en medio de la carretera. La oscuridad es envolvente, sólo existen las luces de las estrellas, los colores que tienen los anuncios de la tienda que permanece abierta las 24 horas del día y los faros de los automóviles que pasan a gran velocidad sobre la autopista

Escena III

Jinete 2. Buenas noches. ¿Qué tiene para cenar? Traemos mucha hambre.

Encargado. Tenemos hamburguesas. ¿Cuántas van a ser?

Jinete 2. Una para cada quien por favor.

Encargado. Se me terminó la mayonesa.

Jinete 2. No importa. Tenemos hambre.

Unos minutos después.

Mary. ¿Cómo te sientes Yiyo? Te duele mucho, ¿verdad?

Aguilillo. Un poquito Mary, me duelen los dientes hasta para comer. Ya no quiero comer. Mary, te regalo mi hamburguesa, no tengo hambre.

Mary. Necesitas descansar un poco, no te me vayas a desmayar aquí. Llegando a tu casa te duermes, ya sólo faltan cuatro horas para llegar a México.

Aguilillo. Me da vergüenza decirte pero, ¿Me puedes revisar, es que es que me duele mucho la pierna? Creo que es la costura del pantalón, me duele mucho. Sé que eres una mujer casada, pero es que me duele mucho.

Mary. Si quieres Yiyo, que no te dé pena. A ver, quítate el pantalón Yiyo.

Aguilillo se baja los pantalones y Mary se agacha para observar con minuciosidad lo que le pasa al jinete.

Mary. (Asustada) Aguilillo tienes un agujero.

Seis

Miguel Camacho Romero comenzó a montar a los 12 años. Su mamá, porque su papá ya había muerto, ni siquiera se enteró de lo que hizo su hijo en el año de 1993 en la Plaza de Santo Tomás Ajusco, ni su hazaña una semana después en la Plaza de La Rancherita en Ciudad Nezahualcóyotl ante más de mil personas.

Aquella tarde de 1993, Miguel estaba en el ruedo, esperando la monta de la tarde cuando se le acercó Javier Díaz, reconocido jinete apodado El enano de Xicalco, quien ya sabía que Miguel había montado a algunos becerros.

Le explicó sobre la falta de un jinete de su palomilla –como se nombra al grupo de jinetes que montarán a los toros en un jaripeo- y le preguntó si no le gustaría montar a un toro esa tarde.

Miguel no lo pensó dos veces y se dispuso a realizar la hazaña.

“Ni siquiera sabía cómo se ponen las espuelas. Ellos me las tuvieron que amarrar. A final de cuentas, quedé en el toro, no me tiró. Era un animal grande, pinto, creo que era un cebú –una de las razas de toros utilizadas para esta práctica. Aquella raza de toros que en la India son venerados como figuras celestiales-. Todos me felicitaron por lo que hice, a penas tenía 12 años. Saqué la tarde, cuenta Miguel”.

La familia de Miguel siempre se ha dedicado a la ganadería, a la compra y venta de cabezas de ganado para la explotación por el ser humano; ya sea de su leche o de su carne.

Así fue como se acercó a la práctica de montar toros, su padre y un tío ya lo habían hecho antes. A su corta edad, Miguel sólo había “becerreado” que es una práctica en la que los niños y jóvenes montan a las crías de la vaca, de no más de dos años, y miden su destreza para permanecer en el lomo del animal sin que éste los tire.

Aquella tarde de 1993, Miguel iba vestido como normalmente lo hacía: como vaquero. Esa combinación formada por pantalones hechos de mezclilla, camisas estilo cowboy fabricadas con tela y con algunos ornamentos campiranos, botas de piel de algún animal que terminaban en punta y una texana, que es un sombrero que puede ser tejido con palma y puede ir recubierto hasta con pelo de conejo. Así se viste un vaquero.

Dos semanas después, lo invitaron a Villa Guerrero, en el Estado de México, dijeron que iba a estar El Güero Purina, yo ni siquiera sabía quién es esa persona –El Güero Purina posee una de las ganaderías más importantes en el país, dedicadas a la cría de ganado para la venta de su carne y el aprovechamiento de sus derivados y también porque sus toros son reconocidos por la bravura que manifiestan al ser montados-.

“El toro que me tocó esa tarde se llamaba El Martillo y le decían así porque era un toro golpeador, levantaba mucho la cabeza y podía darte un golpe que te dejara noqueado. Me dijeron suéltate, no uses las manos, sólo utiliza las espuelas para pegarte bien a la piel del animal”.

Mucha gente la consideró una de las mejores montas y así fue como entré a la palomilla de Los Magníficos. Desde ese momento, fue conocido como el jinete más rápido del Distrito Federal, clara contradicción, en la práctica del jaripeo lo que tiene mayor importancia no es la rapidez, sino la capacidad de permanecer en el animal el mayor tiempo posible. Es una práctica dedicada para el que se aferre por más tiempo a la grandeza de un animal.

A partir de esa fecha, Miguel Camacho comenzó a ser invitado a la mayoría de los jaripeos cercanos a la región, se iba de su casa por dos semanas y cuando regresaba siempre lo esperaban los regaños de su madre.

Apasionaba a las personas, era un as en el ruedo. Los empresarios se dieron cuenta de su alta capacidad para domar a las bestias y comenzaron a anunciarlo en las ferias regionales, convertían sus montas en duelos.

Pero hacía falta un elemento importantísimo para cualquier jinete, un sobrenombre, al ser el más pequeño del grupo y ser el único que no probaba ni una gota de alcohol, fue bautizado como El Mezcal en la Plaza de Chilpancingo.

Siete

Una polvareda enorme se levanta en el aire caliente por el Sol, el mundo se detiene por un instante y el silencio se apodera del entorno. En ese segundo no hay memoria, los impulsos eléctricos cerebrales convierten al cuerpo en una forma brillante como un relámpago, agolpados para la función más básica de todo organismo: su supervivencia.

El Aguilillo entume los músculos, aprieta fuerte las piernas al vientre del toro negro y aprieta sus dedos hasta que pierden las sensaciones producto de un adormecimiento de los músculos y la contracción de los nervios.

El público estalla en gritos, el vocalista de la banda sinaloense comienza a cantar: “Por Dios qué borracho vengo. Que me toquen la tambora, después el niño perdido y por último el torito pa’ que vean cómo repico. Ay, ay ,ay, mamá por Dios”.

El animador lleva a cabo su cuenta:

Uno, dos, tres. El Aguilillo se aprieta con las piernas al animal. Sus espuelas se hunden centímetro a centímetro en la piel del toro. Eso ocasiona que el animal sienta tal dolor que dé saltos de mayor altura y levante la cabeza con más fuerza para tratar de causar algún daño en el sujeto que tiene sobre su lomo. El sombrero de El Aguilillo ya se encuentra surcando los cielos y dando uno que otro giro mientras rompe, como las aspas de un helicóptero, el aire para posarse suavemente sobre la arena del ruedo.

Cuatro, cinco, seis. El Aguilillo ya ha sido golpeado por la joroba del toro en pleno rostro. Se encuentra aturdido por el impacto y la sangre comienza a manar de su nariz escurriendo hasta su boca, lo que provoca que tenga que comerla. Levanta los brazos al cielo con cada reparo del animal que parece que alcanza dos metros en cada salto. Los cuernos, aunque están cubiertos por unos cilindros de plástico y varias cintas para sujetar las cubiertas, son armas. Es como andar parado sobre espadas que en cualquier momento pueden atravesar tu cuerpo.

Siete, ocho. El toro escupe una masa de mucosidad por la boca, que se va a impactar al suelo. Está cansado pero no dejará de mover su cuerpo para hacer que lo que tiene sobre su lomo caiga y así dejar de sentir cómo se hunden en su piel unas cuchillas que lo hacen dar saltos de terror. El animal levanta las ancas traseras con todas sus fuerzas, es una catapulta de huesos y carne, siente que lo que tiene encima se desprende, siente alivio.

Ocho

El animador grita: ocho, un número que en la República Popular China es símbolo de la buena suerte. Es un signo del equilibrio, la grafía del ocho, de forma horizontal, es semejante al símbolo del infinito. Y para los jinetes significaba haber logrado el triunfo en la corrida del día, el mayor premio para un jinete al permanecer ocho segundos sobre el lomo de un toro.

El Aguilillo ya se encuentra volando pero sólo por un instante, la mueca que dibuja su rostro se balancea entre la línea del terror y de la satisfacción total.

El Aguilillo sale disparado del lomo del toro, en línea recta por el aire igual que un misil, pero éste, en fracciones de segundo, dibujará una parábola descendente hacia el suelo.

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