miércoles, 16 de noviembre de 2011

Segunda entrega de reportaje

Neria Cano Rodrigo






Edgar decidió ingresar a la Universidad Autónoma Metropolitana cuando terminó la preparatoria técnica. Él sabía que sus posibilidades de ingreso eran mínimas pero mantuvo la esperanza hasta el día en que revisó su resultado en internet y vio que la palabra “Rechazado” encabezaba su credencial electrónica de aspirante.

Su vida dejó de ser la misma, se encerró en su cuarto alejándose de familia, amigos y del mundo exterior. Sentía pena por él, por sus padres que habían hecho un gran esfuerzo por darle educación y que ahora lo presionaban a buscar trabajo. “¿Cómo si alguien fuera a contratar a una persona como yo?”, pensaba Edgar, inseguro de sí mismo y de sus capacidades.

Sus días se redujeron a ver animación japonesa, leer manga y escuchar música de Pink Floyd, su tiempo se quemaba frente a la computadora, no ayudaba en las labores de la casa y cuando su mamá se lo pedía, sólo la ignoraba.

Con diecisiete años Edgar pasó a formar parte del grupo de jóvenes etiquetados con la palabra “NINI”, ni estudian ni trabajan. Son considerados un fenómeno global. Recientemente la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), a la que México pertenece desde 1994, reportó que el país ocupa el tercer lugar en tener más NINIS. La cifra es alarmante: 7 millones 126 mil de entre 15 y 19 años.


Los siguientes dos años, la vida de Edgar se repitió. En ese tiempo presentó cuatro exámenes para ingresar a la UNAM. El resultado fue el mismo, su tope era de sesenta y cinco aciertos y no más. Luego del fracaso regresaba a su encierro.

La situación económica de la familia se había venido a menos cuando Juan Luis, su padre, fue despedido de la Ford y estuvo unos meses desempleado, su reciente ingreso a Nissan no había servido mucho para resarcir las deudas que se generaron en ese lapso. Pese a eso lograron completar los cinco mil pesos que costaban los cursos.

Volver a entrar en contacto con personas ajenas al nicho familiar fue uno de los beneficios que Edgar obtuvo al ir al curso de Organización Mundial de la Investigación (OMI), encabezado por Enrique Marín. Llenó cuadernos con la información que obtenía de esas clases y los repasaba todos los días.

Desgraciadamente, en el examen que presentó en febrero quedó a cinco aciertos del ingreso. Pronto se encontró en una panadería trapeando pisos.

Otros cinco mil

Para la segunda ronda de exámenes, que es en junio, Edgar volvió a la OMI le habían dicho que en caso de no quedarse podría acceder a otro curso pagando el 50%, pero cuando fue a inscribirse le dijeron que no. Habló con varias personas y luego de unas horas de ir y venir, le aceptaron la mitad del pago.

En las clases conoció a Ulises, quién presentará por cuarta ocasión el examen, esta vez lo hará para la UNAM, Politécnico y UAM. Sus padres ya han pagado más de 30 mil pesos en cursos. Una de las razones por las que no se queda es que durante las clases del curso falta mucho, se las "vuela" para hacer algo más entretenido. Su vida es cómoda, sus papás mantienen la esperanza de que su hijo ingrese a alguna universidad de renombre, le dan de gasto diario cincuenta pesos.

David Muñiz es profesor de Historia en el Colegio Nacional de Matemáticas (CONAMAT) y está a punto de licenciarse en lenguas hispánicas, no le pidieron ningún requisito especial para ingresar a las filas de profesores de esa institución. El CONAMAT cuenta con más de trece plantelas en el Distrito Federal, David menciona que no exigen mucho, que a él sólo le preguntaron cuál es la clase en la que se sentiría más cómodo, el eligió historia y ahí fue donde lo colocaron. Prepara su curso todas las tardes en la biblioteca pública cercana a su casa, le cuesta trabajo porque: "Los jóvenes son muy apáticos”, nunca antes dio clases, y no se siente responsable si los estudiantes no logran ingresar a la universidad. "A ellos les debe de interesar más".

Hay cientos de escuelas anunciándose por internet o en publicidad callejera con la promesa básica de darles un lugar en las universidades públicas. Prometen un lugar a los más de 90 mil 600 alumnos rechazados por el IPN y 105 mil 400 alumnos rechazados por la UNAM.

El examen es el camino más difícil para quien no está bien preparado, pero no todos lo presentan. Lluvia (no es su nombre real, ella pidió que lo cambiara) al contrario de sus demás compañeros que estudiaban para presentar el examen, pasó la mayor parte del sexto semestre asistiendo a conciertos, salía al cine, o al antro. Su madre le dijo que no se preocupara por estudiar ya que ella se encargaría de conseguirle un lugar en la UNAM. Y así fue.

“No sé bien cómo fue todo el proceso, mi mamá sólo me dijo que le cobraron 35 mil pesos unas secretarias de la FES Aragón, ellas únicamente me pidieron mi certificado de preparatoria, mi CURP y el acta de nacimiento.” Lluvia no cree que ese episodio sea un crimen. “Mi mamá no quería que perdiera el tiempo haciendo un tonto examen, no creo que sea un delito, vivimos en México, eso pasa todos los días”

Ella estudia Comunicación y periodismo, está por concluir sus estudios, sólo le falta el octavo semestre. “Aún no he hecho nada, ni tesis, ni servicio, no me he acercado a un medio, me da miedo. No creo que ésta vez mi mamá pueda ayudarme.”





Motivación

El trabajo que Edgar había conseguido en la panadería era muy peligroso, varias ocasiones se quemó con los enormes hornos que había en los cuatro pisos que debía de trapear. En ese lugar conoció a la señora Agustina, que le enseñó como limpiar bien el desastre que los panaderos dejaban. En una ocasión Edgar limpiaba el piso del área de pasteles cuando Agustina se acercó a ayudarlo.

— Tu no debes estar aquí hijo, este es un lugar para los viejos que no pudimos hacer nada con nuestras vidas, estudia, ahí están las oportunidades. — le dijo mientras movía con destreza el trapeador— Llevo aquí siete años haciendo la misma rutina de seis a seis, no te imaginas lo aburrido que es la vida.

Dos semanas antes del día del examen renunció a su trabajo para estudiar tiempo completo.


(Está parte es el fin del relato marco)

Por primera vez toda la familia lo iría a dejar al lugar del examen. Ese domingo se levantaron a las cinco de la mañana. Edgar se bañó, preparó sus papeles, su lápiz del número dos y su goma. Revisó sus documentos una y otra vez y se dio cuenta de que hacía falta la copia de la credencial de elector. Subió a su recamara y la sacó en su impresora multifuncional. Cuando abordaron el automóvil, no tenían idea del desastre que vendría.

Llegaron al lugar con dos horas de anticipación, el ambiente dentro del automóvil era de nerviosismo. Cuando Edgar y su hermano se bajaron del coche y caminaron para comprobar que el lugar era el indicado, la mente de Edgar se turbó por completo, se le deformó el rostro, palpó las bolsas de su pantalón y regreso corriendo al auto en el que el resto de la familia dormía.

¡Ya valió madres todo! — gritó Edgar desesperado — ¡no recogí la credencia de elector del escáner!

Con el rostro somnoliento, lo vieron pensando que era una broma, pero al comprobar su expresión de angustia su padre reaccionó.

Y qué esperas, súbete al coche — gritó molesto su padre mientras arrancaba el automóvil.


María vio por primera vez a su marido manejar sin precaución, como era muy temprano no había tráfico en la avenida Tlalpan. Cuando llecaron a su casa y Edgar subió por la credencial les quedaban cuarenta y cinco minutos para la hora límite.

El viejo Ford fiesta corrió como si entendiera que se trataba de una situación emergencia, pero a tres cuartos del camino alcanzó su límite y la llanta trasera del lado derecho se ponchó, el conductor de una camioneta blanca se puso a su altura, bajó su ventana y les avisó.

Cambiaron la llanta en menos de diez minutos, abordaron el vehículo y marcharon a prisa. En su mente estaba el temor de que la llanta se botara y se accidentaran. Por fortuna eso no pasó. Llegaron cinco minutos antes del cierre de puertas y Edgar presentó su último examen.

Esperanza

Esa madrugada del domingo, Edgar no lograba dormir, sabía que en internet ya se encontraban sus resultados, se había prometido esperar hasta la mañana para revisarlos, pero no logró controlar la ansiedad. Se levantó, encendió la computadora, abrió el navegador, ingresó a la página y tecleó sus datos.

Una lista se desplegó frente a sus ojos, debía buscar su número de folio. Cuando lo encontró, su estomagó se revolvió y su frente se llenó de sudor frío, utilizó un dedo como guía, vio que había logrado ochenta y nueve aciertos, del lado izquierdo de ese número una letra A confirmaba su ingreso a la UNAM.

Ahogó un grito de felicidad con la mano, en la casa todos dormían. Ingresó a la página que contenía su credencial electrónica de aspirante, ahora un enorme “Aceptado” la encabezaba. Imprimió la credencial y silenciosamente se zambulló dentro del cuarto de sus padres, con la lámpara del celular iluminó el buró, cogió el libro que leía su madre, sustituyó el separador por la impresión, sabía que lo primero que hacía ella al levantarse los domingos era continuar su lectura. Regresó a su cuarto, apagó la computadora y se acostó. Esa noche durmió como no lo había hecho desde hace tres años.



NOTA: Esta segunda entrega únicamente incluye la conclusión del relato marco, y un testimonio más. La parte de las escuelas la incluiré en el reportaje final así como consultas a un psicólogo y un pedagogo. Éste relato intenta ser circular.

No hay comentarios: